EL PLAN MOTOSIERRA

Opinión | Argentina: el ascenso del neofascismo y la 'dolarización'

Neofascistas como Javier Milei proponen controlar la inflación lanzando un ataque masivo contra la clase trabajadora

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Durante su campaña, Milei aseguró que el ajuste caería "sobre la casta", pero el pueblo se convirtió en el blanco del gobierno
Durante su campaña, Milei aseguró que el ajuste caería "sobre la casta", pero el pueblo se convirtió en el blanco del gobierno - Juan Mabromata / AFP

El nuevo presidente de Argentina, Javier Milei, propuso utilizar dólares estadounidenses como moneda oficial del país y abolir por completo su Banco Central.

Lo que implica esta propuesta no es solo mantener un tipo de cambio fijo entre el dólar y el peso argentino, sino una abolición total de la moneda nacional.

Sostener un tipo de cambio fijo no impide que el Banco Central de un país imprima más moneda nacional cada vez que aumente la demanda por moneda nacional, al tiempo que utiliza una serie de instrumentos para garantizar que no haya un cambio hacia dólares desde la moneda nacional, de modo que su tipo de cambio permanezca fijo. Sin embargo, la "dolarización" significa un cambio total hacia el dólar mediante la abolición tanto de la moneda nacional como del Banco Central al que normalmente se le confía la responsabilidad de imprimirla.

Un ejemplo aclarará la diferencia. Supongamos que, a un determinado nivel del Producto Interno Bruto (PIB), de los precios y de la tasa de interés, la demanda total de dinero resulte ser de 100 unidades de moneda nacional, mientras que su oferta es de 90; entonces el Banco Central puede imprimir 10 unidades adicionales de moneda nacional con impunidad, sin temor alguno a que esta impresión adicional altere el tipo de cambio fijo frente al dólar.

Sin embargo, en el caso de una economía "dolarizada", donde solo el dólar es la moneda utilizada, si la demanda de dólares a un determinado nivel del PIB, de los precios y de la tasa de interés excede la oferta de dólares en la economía, entonces no se trata de imprimir dólares adicionales, ya que esto solo lo puede hacer el Banco Central de los EE.UU. y no el del país en cuestión, que de todos modos ha sido abolido por completo.

En este escenario, las únicas opciones disponibles para el país son: obtener dólares por cualquier medio posible (pidiendo préstamos en el extranjero o vendiendo los activos del país si es necesario) para mantener el nivel del PIB; o recortar el PIB hasta que la demanda de dólares caiga y se iguale a la oferta; o alguna combinación de las dos opciones. Se descarta la posibilidad de obtener una mayor oferta de moneda simplemente utilizando el Banco Central.

En otras palabras, aumenta el endeudamiento externo del país (o disminuye su riqueza material al ser vendida a extranjeros), no solo porque el país gasta más que sus ingresos (como suele ocurrir en circunstancias normales y se expresa en un déficit de cuenta corriente en la balanza de pagos), sino también porque su demanda del medio circulante aumenta en relación con su oferta.

Esto implica duplicar la presión contractiva sobre la economía si no se quiere que aumente el nivel de deuda externa. Supongamos, para empezar, que la economía está en equilibrio y luego sus exportaciones aumentan en 10 dólares durante un período determinado; si sus importaciones representan el 10% del PIB, entonces (ignorando otras partidas de la cuenta corriente), su PIB solo puede aumentar en 100 dólares sin demandar un aumento de la deuda externa.

Se trata de la primera contracción de la economía, es decir, el freno al aumento del PIB para equilibrar su cuenta exterior. Pero, si la relación entre la moneda (o lo que se llama fondo de reserva) y el PIB también resulta ser del 10% a efectos de hacer circular el PIB, entonces para sostener un aumento de 100 dólares del PIB, se necesitarían 10 dólares adicionales. Dado que estos 10 dólares se imprimen internamente, no se puede sostener un aumento de 100 dólares en el PIB si no se quiere que aumente el endeudamiento externo.

El aumento del PIB, en este caso, solo puede ser de 50 dólares, porque esta es la única manera de hacer que la demanda adicional de 5 dólares para las importaciones y 5 dólares para el PIB circulante iguale la cantidad de dólares ganados a través de las exportaciones. Esta es la segunda contracción del PIB, derivada de la necesidad del medio circulante.

En otras palabras, los ingresos en dólares del país tendrán que pagar ahora tanto por sus importaciones como por sus necesidades del medio de circulación.

Aboliendo la moneda nacional por completo –y por lo tanto la posibilidad de que un Banco Central imprima esa moneda nacional para proporcionar el suministro necesario del medio de circulación– y adoptando en su lugar la moneda de un país extranjero como su medio de circulación –cuando el Banco Central de ese país extranjero no tiene ninguna obligación de imprimir moneda para satisfacer nuestra necesidad de una mayor cantidad de medio de circulación–, introducimos una restricción adicional al PIB de un país, que ahora tiene que ser doblemente reducido.

Esta doble presión tiene que efectuarse mediante recortes en el gasto social, recortes en los salarios de los funcionarios gubernamentales, recortes en las pensiones, recortes en los salarios de los trabajadores y, por supuesto, recortes en la oferta de empleo.

En otras palabras, la adopción del dólar como moneda oficial cuando estos dólares se imprimen en el extranjero, sin que el país tenga control sobre su oferta, salvo en la medida en que los gane únicamente a través de exportaciones (si no se quiere que su endeudamiento externo aumente o que los activos nacionales se venden a extranjeros), significa necesariamente una profunda intensificación de la miseria para su población.

Y si estos modos de atacar a la población no se emplean inmediatamente porque se toman prestados dólares del exterior, esto solo pospone el ataque; no lo impide.

¿Por qué entonces un gobierno recurre a la medida tan absurda de reemplazar su propia moneda nacional por el dólar estadounidense? La razón aparente en el caso de Argentina es la extremadamente alta tasa de inflación, que ronda el 150% anual. Dado que, bajo el capitalismo, el único antídoto contra la inflación (se admita explícitamente o no) es la creación de desempleo y la realización de un recorte salarial, Javier Milei está recurriendo a este antídoto con ímpetu. Pero es necesario exponer las artimañas detrás de este plan.

El anterior presidente de derecha, Mauricio Macri, había pedido un gran préstamo externo para gestionar el déficit de la balanza de pagos de Argentina, gran parte del cual se utilizó para financiar la fuga de capital privado del país. Cuando llegó el momento de empezar a pagar ese préstamo, la balanza de pagos se vio seriamente afectada. Esta tensión también se vio acentuada por la fuga de capitales emprendida por los ricos argentinos. La consecuente depreciación de la moneda provocó una inflación por costos, debido al aumento de los precios en moneda local de los insumos importados, que se trasladó a los precios de los bienes finales.

Ahora bien, en una sociedad donde los salarios están indexados a los precios y los trabajadores generalmente están organizados en sindicatos fuertes, basta un ligero empujón a la inflación para que se genere rápidamente un fuerte aumento de precios, debido a la ausencia de esa suerte de "colchón" que un gran ejército de trabajadores no organizados proporciona. No sorprende, por lo tanto, que la inflación en Argentina haya acelerado tanto en tan poco tiempo.

El gobierno de Milei propone controlar esa inflación no introduciendo frenos a la fuga de capitales, ni estabilizando el tipo de cambio mediante la implementación de controles comerciales apropiados para superar la escasez de divisas, ni implementando ningún control directo de precios, sino lanzando un ataque masivo contra la clase obrera argentina y sus gremios.

En otras palabras, la propuesta política de Milei equivale a la forma más cruel de ataque de clase contra los trabajadores de su país. Se hace recaer sobre la clase obrera la carga de la repatriación de la riqueza de los ricos de Argentina desde ese país hacia los centros metropolitanos.

Javier Milei es el más reciente miembro de la lista de gobernantes neofascistas que se avecinan en varias partes del mundo. Este ascenso del neofascismo es un reflejo de la crisis del neoliberalismo, en un contexto en que la gran burguesía entra en una alianza con elementos fascistas para mantener su hegemonía y atacar a la clase trabajadora.

Los gobernantes neofascistas que están surgiendo en la coyuntura actual, sin embargo, son capaces únicamente de cambiar el tipo de crisis desde, digamos, la inflación a la imposición del desempleo y la reducción de los ingresos de los trabajadores, como se propone en Argentina, pero no son capaces de resolver la crisis.

De hecho, a medida que la crisis se intensifica y la tasa de crecimiento de las exportaciones se desacelera aún más en países como Argentina, la estrategia neofascista aumentará enormemente la carga sobre los trabajadores en forma de desempleo y disminución de ingresos.

La doble presión contractiva a la que nos referimos anteriormente será aún más asfixiante para la población. Lo que se necesita es una solución para la crisis que trascienda el propio régimen neoliberal.
 

**Este es un artículo de opinión y no necesariamente expresa la línea editorial del periódico Brasil de Fato